Hacia ya meses que había bajado por última vez. Una noche luminosa y fresca como aquella. La diferencia era que la última vez no había estado solo.
Recordó la expresión de terror de su acompañante cuando abrió los ojos por primera vez - y última- dentro de aquel agujero y otra vez la incertidumbre se paseó por su cabeza.
Había descuidado su tarea. En los últimos meses apenas había tenido tiempo y sabía que había ojos que le vigilaban constantemente. Y que no estaban contentos con su trabajo. Ojos fragmentados, de colores tornasolados y brillantes que no perdían detalle de sus blasfemias y que exigirían la redención. Y sobretodo el castigo.
Una especie de temor se fue apoderando de él mientras avanzaba en la oscuridad de las catacumbas. El olor a humedad y a podredumbre era más intenso a cada paso.
Era esa especie de temor devoto, inflexible, de los que van a la hoguera convencidos de ser merecedores de tal castigo. El temor divino de un fanático.
Junto con el olor, a cada paso, comenzó a escucharse el sonido. Lejano, distante. Un sonido que penetraba en tu cabeza sin que fueras consciente de él hasta que eras incapaz de escuchar nada más. Al llegar a la entrada, aquel sonido se había convertido en un estruendo. El olor dulzón de la sangre seca y la carne putrefacta se mezclaba con el olor a rancio de la estancia.
Se acercó al portón cerrado y apoyó la oreja contra la fría piedra. Con el paso de los siglos había aprendido a descifrar aquel lenguaje. El lenguaje de millones de alas batiéndose en el aire inmóvil y opresivo de una cueva, o unos sótanos. Si hubiera actuado como estaba actuando en España, probablemente ya le hubieran matado y arrojado a algún pozo. Probablemente el habría hecho lo mismo en esa situación.
Sonrió como un padre que pega la oreja al cuarto de los niños y los oye jugar. Después, la puerta se abrió.
El Aire estancado estaba plagado de seres que volaban dando vueltas, el zumbido de sus alas inundaba los oídos martilleando la cabeza. El armazón blanco de un esqueleto limpiado por millones de mandíbulas hambrientas contemplaba la escena desde su posición de honor en la cruz colgada sobre el pozo.
- Me alegro de volver a verte querido.
El ruido del enjambre impidió que escuchase su propia voz. Se encaramó a la viga para soltar al esqueleto de la cruz. Apenas lo había tocado cuando se desmoronó por completo hundiéndose en el pozo. Barzilut sabía que observaban sus movimientos. Que le ignoraban esperando el momento propicio.
Se había dejado la puerta abierta, pero ningún insecto había salido de allí. Cada par de alas, cada conjunto de antenas o patas reptantes como órgano de la inteligencia del Enjambre conocía su función. No era la primera vez que Barzilut contemplaba algo como aquello, y cada vez quedaba sobrecogido por su grandeza.
Se dirigió a la salida sintiendo con cada paso el crujido de los cadáveres de aquellos que no habían sobrevivido. Selección natural. Cerró la puerta. Dudaba de su voluntad. Sabía que intentaría escapar y eso estaba prohibido. Era pecado.
Entonces aquella enorme polilla - Barzilut la conocía: Acherontia styx- se posó en su cuello. Y un ejercito de aguijones y lenguas se lanzó sobre su piel.
Ese era su Castigo.
La Acherontia Styx. Famosa por su intervención en El Silencio de Los Inocentes.
Nota: El relato lo escribí para un juego de rol: Vampiro, La Mascarada. En concreto: Claan Baali.
bueno, en primer lugar soy del colegio pero me parece bien lo que decis y en mas o menos vuestros pensamientos estoy repito mas o menos de acuerdo. si es verdad que ai libertad de expresion seguid poniendo lo que querais. me encanta vuestra pagina, no x nada, si no que la encuentro interesante. seguid asiii!!!!!!!!!! jejeje
Escrito por estefania a las 16 de Marzo 2004 a las 04:16 PM