DelirioBlog

En mi barrio hay animagos

Esta noche he dormido tres horas. Tres horas que han pasado en menos de tres segundos: apenas había cerrado los ojos cuando el "tuitititui" asqueroso del traidor de mi despertador resonó estridente en mi habitación.

No sé como me he mantenido despierta durante el examen de historia del arte (Ese examen merece una historia aparte, y si no que le pregunten a la totalidad del bachillerato de arte...) ni durante el de Inglés.
Quizás haya sido por eso que mi dia de hoy ha sido irreal. Irreal, agotador y gris. No he parado en toda la tarde, así que volviendo del McDonalds (¿Veis como no soy jipi? hasta ceno en restaurantes capitalistas por definición ...) me he quedado dormida en el coche.

Al llegar a la puerta de mi casa, lo primero que he visto cuando he despertado ha sido el campo oscuro que se extiende frente a mi casa. Lo segundo ha sido un gato. Eso no es nada raro: aquel campo está plagado de bichos y roedores, y los gatos lo usan como coto de caza privado. Pero aquel gato era distinto.

Aquel gato estaba tumbado, tranquilo y ufano, sobre las escaleras que llevan hasta el portal de mi vecina, de esa forma en que se tienden los gatos: extremadamente elegante, con sus patas recogidas bajo el pecho y la cabeza alta. Negro como la noche, de aspecto pulgoso y desaliñado pero de porte grandioso. Y me miraba fijamente.

Entonces vi la malicia. Aquel gato tenía ojos maliciosos, inteligentes. De quien guarda un secreto muy importante y no piensa desvelarte mas que migajas. Dos esferas luminosas, misteriosas, que reflejaban la luz de las farolas, no podría decir de que color. Una de esas miradas que, de provenir de un hombre o una mujer, te harían apretar el paso o cambiarte de acera.

Entonces llegué a la conclusión de que aquel ser no era un gato corriente.

Los gatos negros son animales que siempre se han asociado a la magia negra y la brujeria. Se creía que los gatos negros eran demonios que adoptaban aquella forma y que servían de consejeros, íncubos o súcubos de magos y brujas.
La gente rehuía a los gatos negros y se apartaban de su paso: un gato era capaz de maldecirte de por vida con una sola mirada. Eran seres de mal agüero. Cruzarse con un gato negro era tan peligroso como escuchar a la lechuza de día. Daba incluso peor suerte.

Sin embargo como todo el mundo sabe, eso no son más que tonterias. Lo de los demonios encarnados en gato, digo. Solo los crédulos dan importancia a esa clase de historias.

Así que he llegado a la conclusión de que aquel ser que se burlaba de mi desde la escalinata de mi vecina no era un gato, ni un demonio. Ni siquiera era un humano: un humano no es capaz de mirar de esa forma, con los ojos de quien se sabe superior y te está perdonando la vida ( hay quien lo intenta, aunque dichos intentos no pasan de patéticas ojeadas por encima del hombro). De quien ve mas allá de tus pensamientos y predice todas tus jugadas.

Así que le he descubierto: es un animago.
No se si es bueno, o si es malo. Ni se que ha venido a hacer a mi barrio.
Solo sé que ha empezado a llover, y que se estará mojando, pero creo que hay algo que tiene que vigilar, y no se moverá de su atalaya. Podría asomarme con disimulo a la ventana del sótano y lanzarle una foto para publicarla aquí.
Pero es posible que mi cámara no capte más que una sombra.
La sombra de un guardián, o un cazador, sentado en unas escaleras.

Esto es lo que hay en frente de mi casa: el coto de caza gatuno. ("Con un cielo de la escuela veneciana" que diría la de Historia del Arte)